El Infierno de Italo

« El infierno de los vivos no es algo que será: existe ya aquí y es el que habitamos todos los días, el que formamos estando juntos.

Dos formas hay de no sufrirlo.

La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y convertirse en parte de él hasta el punto de dejar de verlo ya. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio. »

« L’inferno dei viventi non è qualcosa che sarà; se ce n’è uno, è quello che è già qui, l’inferno che abitiamo tutti i giorni, che formiamo stando insieme.

Due modi ci sono per non soffrirne.

Il primo riesce facile a molti: accettare l’inferno e diventarne parte fino al punto di non vederlo più. Il secondo è rischioso ed esige attenzione e apprendimento continui: cercare e saper riconoscere chi e cosa, in mezzo all’inferno, non è inferno, e farlo durare, e dargli spazio. »

(Italo Calvino, Le città invisibili, 1972)

Me acusan de hablar mucho y concluir poco. Cierto. Nada más cercano de la verdad. Y no es que no soy consciente, lo sé desde hace tiempo. Al principio no me molestaba, es más, me sentía como un volcán, empezaba mil cosas a la vez, super ingeniosas y creativas, a veces alocadas pero no acababa ninguna. Al rato mi frustración en el ver mis planes inacabados empezó a generar dentro de mí un malestar que tampoco era capaz de identificar, de esos mals de vivre que están allí pero a los que no te enfrentas y te acostumbras a ellos. Desde hace un tiempo gracias al acercarme un poco al mundo del minimalismo logré darle forma, color voz y mis frustraciones por fin me hablaron y me dijeron que no puedo seguir empezando cosas y dejarlas huérfanas de estreno.

¿Qué hice yo? Me hundí. Incapaz de verme terminar cualquier propósito por mi ineptitud o desconocimiento o vaguez lo que hice fue el error más grande que cualquier ser vivo pueda elegir de hacer: dejar de tener propósitos, planes, proyectos.

Claro sí, tenía muchos hobbies, desbordaba de intereses, ir a conciertos, escuchar siempre nueva música, ir a fiestas, salir de marcha, que si el aperitivo, que si la exposición, que si el cine. Todas actividades que me encantan, ojo, y no desvaloro en absoluto, pero no eran experiencias que yo aprovechara para desarrollar ningún tipo de actividad que procedía de mi. Las vivía y morían allí, o se incubaban mejor dicho.

Durante mucho tiempo he vivido el infierno de la vida siguiendo la primera forma descrita por Italo Calvino: siete años de dejar que la vida me cabalgara en lugar de que yo la viviera y aprovechara de ella.

Y te das cuenta en un instante, es como una epifanía, y te quedas gilipollas, perdonadme el término, pero no encuentro otra palabra que pueda describir ese momento inicial de aturdimiento. Tampoco creo de alejarme mucho si digo que semejante podría haber sido la misma sensación de Pitagora al gritar “¡EUREKA!” o la de Newton al caerle la manzana en la cabeza: se quedaron agradablemente gilipollas porque tenían la respuesta a sus preguntas debajo de sus propias narices y no la vieron hasta ese momento. Para mi fue algo parecido; no quiero compararme ni con el uno ni con el otro es evidente, pero tengo la sensación que esos momento son universalmente iguales para todo ser vivo.

En un instante nada más te das cuenta que no has hecho nada. Si claro tienes un trabajo con contrato indefinido por el que has luchado, has viajado mucho, vives en una ciudad que no es la tuya, hablas 4 idiomas, te has mudado de casa 8 veces, has conocido a mucha gente pero no has trabajado para nada en concreto y no tienes ninguna pulsión que te lleve hacia el futuro prójimo. Vives la vida sin más. A muchos les va bien así y están encantados y yo no juzgo esa actitud, solo que a mi ya no me valía más. Se me queda pequeña esta forma de tumbarse encima de las coincidencias que se cruzan en el tiempo que transcurre entre la fecha de nacimiento y de muerte de una persona.

En esa época fue cuando me tropecé con una frase que me chocó mucho: nunca tienes que tener el to-do-list vacío. El mio no estaba vacío, era simplemente inexistente. Me despertaba por la mañana  y andaba como un zombie sin un objectivo diario, ni uno. De allí viene el reuso que le dí a mi Smemo del 2006 que no quería tirar pero tampoco quería que me poseyese. Por lo general me gustaría mantener la regla del «una cosa a la vez» para tampoco estresarme tanto pero de eso hablaré otro día.

Todos los días ponía algo que tenía que hacer e intentaba cumplirlo para no caer en la maldita procrastinación, ¡soy la reina de la procrastinación!

No fué fácil, eh, instaurar una rutina del día a la mañana pero la vida son las cosas difíciles, eso he aprendido. Quiero darle espacio a las cosas difíciles, quiero dar espacio al infierno de Calvino porque estoy segura que me llenaran de orgullo y satisfacción, conste lo que conste.

Gracias por leerme.

¿Y tú qué opinas?